ACADEMIA | Aproximación a una clasificación de 'El Hombre de Arena', de Hoffman, dentro del
- Karla Angélica López
- 26 sept 2015
- 14 Min. de lectura
Actualizado: 30 ago 2019

Para abrir camino a lo extraordinario se han de echar abajo los límites que le separan de la razón. Dicho ejercicio, ya dirigido a la literatura en particular, será utilizado en este escrito como punto de partida para el análisis del relato El Hombre de Arena, de E. T. A. Hoffman. Es Tzvetan Todorov quien aborda en su texto Introducción a la Literatura Fantástica, el inconveniente de utilizar a la literatura como “medio para expresar categorías filosóficas” (17), e incita, en cierta forma, a más bien quedarnos “dentro de la literatura”. Esta premisa, que servirá de base para el ensayo, propone entonces, un estudio más profundo de la obra de Hoffman desde sí misma, sin tener que acudir a documentos de carácter filosóficos, o psicológicos. Y es que el objetivo principal es el de acercarnos a la clasificación del texto El Hombre de Arena dentro de un género literario, para lo que el pensamiento de Todorov vendrá a hacer presencia.
Para colocar la naturaleza del relato de Hoffman dentro de algún género literario, delimitaremos a los que haremos remisión: maravilloso, fantástico, extraño. Pero más en específico, es entre estos tres que se tiende una delgada línea; los subgéneros a los que puede inclinarse el texto, que son: fantástico-maravilloso, y fantástico-extraño. Tomando en cuenta todas estas clasificaciones, es pertinente comenzar por descartar alguna de la que desde este momento se pueda prescindir, y ésta es con seguridad la de lo maravilloso puro. En El Hombre de Arena, la primera carta escrita por Nataniel a Lotario, es la exposición de un suceso al que el personaje principal no puede encontrar razón de ser; le sorprende, cuenta “¡Algo espantoso se ha introducido en mi vida!” (Hoffman 61), una ruptura en la vida cotidiana de Nataniel indica que cualquier evento que le haya hecho decir aquella frase, no corresponde a un mundo de lo maravilloso, en el que, como advierte Todorov, “los elementos sobrenaturales no provocan ninguna reacción particular ni en los personajes, ni en el lector implícito” (46). Es notable que a lo largo del relato, y desde su principio, existe una reacción de temor ante este suceso, trascendental para el desarrollo de la narración, por lo que se puede asegurar que no estamos ante el género de lo maravilloso puro.
El Hombre de Arena, podría dividirse en cuatro partes para su el orden del análisis: 1) Carta de Nataniel a Lotario, 2) Carta de Clara a Nataniel, 3) Carta de Nataniel a Lotario, 4) Narración en voz de un autor interno.
En la primera carta ya avisamos sobre el evento que sobresalta a Nataniel, que recae en el rencuentro con un hombre que lo atormentó durante su infancia. Es el abogado Coppelius, un personaje de apariencia repulsiva, con una cabeza deforme y una boca retorcida, la figura de este hombre, que ahora se aparece como vendedor de barómetros, sólo que ya su apellido es Coppola. Aunque esta reaparición no resulta al lector como suceso sobrenatural, pues bien, el encontrarse a alguien del pasado no posee nada de ello (sobrenatural), sí es perturbador para Nataniel por varias razones, por lo que nos introduce en un temor infundado, hasta entonces, para nosotros, y aquí nos empezamos a encontrar con la vacilación, ir y venir de la razón a la sorpresa, característico de lo fantástico. La primera razón del temor que Nataniel contagia poco a poco al lector es que, este hombre, Coppelius, es el primer sospechoso de haber provocado la muerte del padre del protagonista; ambos parecían trabajar juntos en algún proyecto, que era motivo de las visitas constantes del abogado, y fue de una de esas visitas de la que Coppelius habría salido huyendo, seguido de la escena del cuerpo muerto tendido del papá de Nataniel. Previo a esto, el trato del abogado hacia la familia era de superioridad, como si “hubiera que soportar sus desaires con buen ánimo” (66), tanto para los padres como para Nataniel, era Coppelius un hombre repugnante e indeseable. El hombre estaba consciente de ello y parecía agradarle ser visto así: “…él gozaba viendo nuestros ojos llenos de lágrimas al no poder ya saborear por asco y repulsión las golosinas que él había rozado. (65)”, acto realizado con toda intención de incomodar al niño. Esta maldad de Coppelius, es el común denominador que tiene con el hombre de arena. Durante la niñez de Nataniel, cuando su madre quería enviarlo a dormir, le decía que se aproximaba el hombre de arena, y él aseguraba escuchar sus pasos. Sin embargo, la madre ofrece una explicación desprovista de algún elemento de horror ante la presencia del mencionado Hombre de Arena, dando más bien un sentido figurado al cerrar los ojos para dormir, como si alguien lanzara arena a los ojos. Pero es la criada quien añade el componente que provoca terror a la historia, diciendo a Nataniel que el Hombre de Arena es malo, que busca a los niños cuando no quieren ir a la cama, les arroja arena a los ojos hasta que lloran sangre, y se los lleva a la luna para que sus hijos les coma a picotazos los ojos.
Hasta aquí ya surgió un elemento de apariencia sobrenatural, los pasos, pero que se resuelve cuando se descubre que es Coppelius quien los da. Entonces, el decir que éste último y el Hombre de Arena son el mismo, resultaría una correlación natural dada por Nataniel, al representar ambas figuras el terror de su infancia. Sin embargo, es en esta primera carta en donde otro suceso raro hace aparición, y es el momento en el que Nataniel se esconde en la oficina de su padre para ver por primera vez quién era el Hombre de Arena. Coppelius y el padre del protagonista visten unas túnicas negras, utilizan “extrañas herramientas” con las que atizan los carbones ardientes de un horno y Nataniel dice “creí ver a su alrededor figuras humanas, pero sin ojos” (66). Cuando Coppelius grita ¡Ojos, ojos!, el niño cayó al suelo y el hombre maligno lo arrojó al horno, y tomó un puñado de carbones ardientes que le arrojaría a los ojos, pero su padre le imploró que lo dejara, aun así, Coppelius retorció al niño con sus manos hasta que para él “todo se volvió oscuro y confuso a mi alrededor; un dolor nervioso agitó todo mi ser; no sentí más. Un vapor, dulce y cálido se derramó sobre mi rostro; desperté como del sueño de la muerte” (67). Aquí se cumple una de las condiciones de lo fantástico según Todorov; el aspecto sintáctico, y la vacilación dentro del personaje y del lector, que cumplen un pacto; se concreta en el momento entre el que se acaba de vivir una “realidad” terrible, pero se despierta “como del sueño de la muerte”, en donde también se hace presente la ambigüedad en base a cómo se utiliza la escritura (34).
Entonces tenemos, en esta primer parte del relato, la exposición de dos temores que se concentran en uno, y que reaparecen ahora, alterando la tranquilidad de Nataniel al punto en que confiesa estar decidido a vengar la muerte de su padre.
Es en la segunda carta donde aparece Clara, quien como su nombre lo indica, viene a dar su clara interpretación de los supuestos que Nataniel planteó a Lotario. Ella, prometida del protagonista, muestra una fuerte preocupación por la inquietud de su novio, y le invita a reconsiderar sus pensamientos, proponiendo razonamientos lógicos:
El viejo Coppelius sin duda era repelente, pero, como odiaba a los niños, esto producía en vosotros, niños, verdadero horror hacia él. El Hombre de Arena de la niñera se asoció en tu imaginación infantil al viejo Coppelius quien, sin que te dieras cuenta permaneció en ti como un fantasma en tus primeros años. (Hoffman 70)
Y es también Clara, quien nos menciona por primera vez que entre el viejo Coppelius y el padre de Nataniel se veían para realizar experimentos de alquimia, lo que provocaba el descontento de la madre. También, Clara indica que el padre de Nataniel causó su muerte por imprudencia suya, y que Coppelius no fue culpable, sin embargo deja ver que no es esto más que una suposición:
¿Creerías que ayer pregunté a un viejo vecino boticario si los experimentos químicos podían causar explosiones mortales? Asintió describiéndome largamente a su manera cómo se hacían tales cosas… (70)
La novia de Nataniel quiere tranquilizarlo diciéndole que el principal enemigo es el interior, pues éste produce -si es que se le permite-, el engaño que conduce a la tortura de uno mismo. Es entonces Clara quien provee al relato un sentimiento de lo real-ilusorio, pues “los acontecimientos ocurrieron realmente, pero se dejan explicar por vías racionales” (Todorov 40), un listado de soluciones reales a lo que parece ser sobrenatural, en este caso, ilusiones, casualidades.
En la tercera carta, Nataniel responde apenado a Lotario, pues por error había enviado la anterior carta a Clara, aun cuando se dirigía a su hermano. Pero el protagonista responde a la lógica de su prometida, la enaltece por su inteligencia, y además acepta que Coppelius (alemán) no es Coppola (italiano), pues resulta ser este último un conocido de hace años de su maestro Spalanzani.
Ya que hasta este punto del relato parece estar todo claro, es ahora que surge un nuevo
misterio que da un giro y más profundidad a lo que ocurrió en la niñez de Nataniel y en lo que está por venir. Una mujer aparece, Olimpia, la hija de Spalanzani. Es una mujer bella, pero con “ojos fijos […] como si durmiera con los ojos abiertos” (Hoffman 73); su padre la oculta con celo para que nadie se le acerque. Finalmente, Nataniel se despide diciendo que les visitará en dos semanas.
A partir de la cuarta parte del relato, la narración la hace un conocido de Nataniel cuyo nombre no se menciona. E inicia diciendo estas palabras: “Nadie podría imaginar algo tan extraño y maravilloso como lo que le sucedió a mi pobre amigo, el joven estudiante Nataniel, y que voy a referirte, lector” (73). Después, el narrador, a la manera del Romanticismo, ocupa casi dos páginas enteras intentando expresar con las palabras posibles aquello que, como autor, busca transmitir a quien recibe esta historia, asegurando: “Quizá creerás, lector, que no hay nada tan maravilloso y fantástico como la vida real, y que el poeta se limita a recoger un pálido brillo, como un espejo sin pulir” (75). Ambas citas escritas en este párrafo hablan de lo extraño, lo maravilloso y lo fantástico, como si fuesen todas aquellas a ser punto final de la historia, pero aún queda aquello por contar.
El narrador describe a Clara como un ser lleno de vida, de imaginación alegre, mirada transparente y sonrisa irónica. Cuando dice: “… la imagen de Clara se presenta ante mis ojos tan llena de vida que no puedo apartarla de mí, como me pasaba siempre que me miraba dulcemente” (75), nos preguntamos qué habrá sido entonces del protagonista. Antes de llegar a ello, el narrador cuenta lo que siguió a las cartas primeras del relato, que fue la visita de Nataniel a Clara y a Lotario, durante la cual, la pareja tuvo discusiones debido al cambio en la forma de actual del novio. “Sus almas se fueron alejando una de otra” (77), la causa: Coppelius. Y es que Nataniel no dejaba de lado la obsesiva imagen que le perseguía, ahora era sombrío, aburrido, y Clara, ni con sus razonamientos o empujones hacia una visión menos negativa de la realidad lograba que su prometido regresase a ser el mismo de antes, entusiasta y alegre.
Hay un poema que Nataniel escribe acerca del amor entre él y Clara, y que dice que cuando van al altar Coppelius aparece: “…el horrible Coppelius que tocaba los maravillosos ojos de Clara; éstos, saltaban al pecho de Nataniel como chispas sangrientas encendidas y ardiente, luego Coppelius se apoderaba de él, le arrojaba a un círculo de fuego que giraba con la velocidad de la tormenta…” (78). Surge en nosotros la incógnita de lo que puedan significar los ojos o el círculo de fuego, para Nataniel, pero podemos optar por seguir una lectura por las que nos lleve el narrador sin aún llegar a conclusiones. Recordemos lo que dice Todorov acerca de rechazar la interpretación alegórica y poética, como exigencia que constituye al género fantástico (30). Mientras él lee el poema para sí mismo, lleno de horror exclama “¿de quién es esa horrible voz?”; era él mismo, y este extraño comportamiento se vuelve a presentar más adelante. Nataniel lee el poema a Clara, y ella, naturalmente le pide que se deshaga de él, pero Nataniel se enfurece y le exclama: “eres un autómata inanimado y maldito” (79), ella llora. Él se siente incomprendido, mientras ella, por su parte, no ve manera de hacerlo entrar en razón. Lotario y Nataniel se batirán en un duelo, pero Clara los detiene, después ambos hombres reaccionan y todos se vuelven a abrazar como dejando el mal en el pasado. Nataniel vuelve a G, donde le queda un año para terminar sus estudios, y debido a que su casa se había quemado –nunca se sabe el cómo, sólo que había comenzado en el laboratorio del químico, del piso de abajo-, alquila una habitación que queda frente a la casa del profesor Spalanzani. Así es como vuelve a ver a Olimpia, silueta que no alcanza a distinguir claramente de lejos, pero su belleza sí se notaba, aunque le era indiferente.
Esta es la segunda ocasión en que aparece Coppola a la puerta de la casa de Nataniel, vendiendo barómetros y “bellos ojos”. Nataniel se espanta, pero el vendedor comienza a sacar de su bolsillo lentes y gafas que colocaba en la mesa. Entre una acción y la otra hay vacilación. Hasta ahora los ojos siguen siendo una recurrencia, un leitmotiv, que nos vuelve al objeto de miedo del protagonista. Con tal de que Coppola se retirase del lugar, Nataniel le compra unos lentes prismáticos, los prueba asomándose por la ventana y “permaneció como hechizado […], absorto en la contemplación de la belleza celestial de Olimpia”. Fue tal su ausencia en Olimpia que había olvidado al vendedor, hasta que “un ligero carraspeo le despertó como de un profundo sueño, Coppola estaba detrás de él”, y es entonces que el vendedor le cobra y se retira a carcajadas, las cuales atribuye Nataniel a una posibilidad realista, “sin duda se ríe de mí porque he pagado los prismáticos más caros de lo que valen” (83). Esta actitud fue la que el protagonista intentó guardar durante la estancia del terrible visitante, que le provocaba incomodidad y repulsión, pero al mismo tiempo tan sólo era un vendedor y “las lentes de Coppola […] no tenían nada de particular, y menos de fantasmagórico”, mientras dijo esto “le pareció oír en la habitación un profundo suspiro que le hizo contener la respiración sobrecogido de espanto. Se dio cuenta que era él mismo quien había suspirado así” (83). Esta es la segunda ocasión en que Nataniel se desconoce a sí mismo y piensa estar escuchando a otra persona, indicio de aparente locura.
Y así sucedió, poco a poco aquella silueta de Olimpia iba concentrando la atención de Nataniel y lo empuja fuera de sí. Al principio no puede dejar de usar los prismáticos para verla por la ventana, ahora se siente seducido por ella, después el profesor Spalanzani organiza una fiesta para presentar a su hija a la sociedad, y es cuando finalmente la conoce, le dice palabras de amor y la besa. Esta rara situación en que Nataniel pasa de olvidar a Clara y fijar su atención en Olimpia hasta llegar a querer pedirle matrimonio resulta chocante para el lector, sobre todo después de que la visita de Coppola pareciese el detonante de este cambio, más en particular, los prismáticos de Coppola.
Olimpia es una mujer de perfecto rostro y talle, pero es rígida, de andar medido, habilidades extremas en el piano y el canto, y no dice otra palabra más que la expresión de suspiro “¡Ah…, ah…!”. Ante la sociedad ella no da buena apariencia, pero Nataniel parece estar encantado por ella, quien le escucha atentamente, sin responder más allá –como lo hacía Clara[1].
Aparece Segismundo, un amigo de Nataniel que le trata de hacer entrar en razón: “¿cómo es posible que una persona sensata como tú se haya enamorado del rostro de cera de una muñeca?” (87), describe a Olimpia como “rígida y sin alma”, “podría parecer bella si su mirada no careciera de rayos de vida”, y que sus movimientos parecen ser provocados por un mecanismo, “parece de otra naturaleza distinta”. Aquí se confirman dos cosas: la primera es aquello que nos parecía antinatural en la mujer, que también es visto por Segismundo y sus amigos, y la segunda, que Nataniel parece estar hipnotizado por esta mujer, pues después de toda esta comparativa que se ha hecho entre Clara y Olimpia, que notablemente tiene grandes y significativas diferencias, él no parece entrar en razón. Existe una fuerza que mantiene ciego a Nataniel.
Finalmente, cuando el protagonista busca a Olimpia para pedirle casarse con él, encuentra a Spalanzani y a Coppelius –no Coppola, según dice el relato-, discutiendo sobre quién había hecho “los ojos” y quién había construido “los engranajes”. Ambos tiraban del cuerpo de Olimpia, sin ojos, “era una muñeca sin vida” (91). Coppola –según el relato- logró llevarse el cuerpo, mientras que el profesor cayó, hiriéndose. A pesar de que no se nos dice explícitamente que Coppelius es Coppola, ahora lo sabemos con más seguridad. “¡Coppelius me ha robado mi mejor autómata! [..] ¡Devuélveme a mi Olimpia! ¡Aquí tienes los ojos!”, el profesor gritó, y le aventó unos ojos sangrientos a Nataniel en el pecho. Así, Nataniel comenzó a delirar y “confundidos sus sentidos y su pensamiento, decía: […] ¡Gira, círculo de fuego! ¡Linda muñequita de madera, gira!”. Es como si el contacto con los ojos hubiese despertado en Nataniel una reacción sobrenatural, pues gritaba, rugía, tiraba golpes y pudo haber estrangulado al profesor, pero Segismundo lo detuvo. Así, Nataniel termina en el manicomio.
La sociedad estaba ahora desconfiada sobre quién pudiese ser un autómata y quien un ser humano real. El aspecto del absurdo llega a tocar el relato de Hoffman ante las medidas que se toman para corroborar que las mujeres no fuesen robots. Y alguien exclama: “todo ha sido una alegoría, una metáfora continuada, ¿comprenden? ¡Sapienti sat!”. ¿Es esto un mensaje para el lector que busca una interpretación de los elementos internos del relato?
Después, Nataniel “se despertó un día como de un sueño penoso y profundo, abrió los ojos, y un sentimiento de infinito bienestar y de calor celestial le invadió. Se hallaba acostado en su habitación en la casa paterna, Clara estaba inclinada sobre él y, a su lado, su madre y Lotario. (92)”. De nuevo, otro elemento sintáctico nos cambia de ambiente, de lugar, de tiempo. Y los lectores ahora caemos en lo que Todorov llama el real-imaginario (40), que es cuando lo que se cree ver es fruto de la imaginación desordenada, y todo pudo haber sido resultado de un sueño, o de la locura, sin embargo, menciona que lo verosímil no se opone en absoluto a lo fantástico, ya que “el primero es una categoría que apunta a la coherencia interna, a la sumisión del género, y el segundo se refiere a la percepción ambigua del lector y del personaje”, situación que en la que nos hemos visto entrometidos a lo largo del relato.
Cuando Nataniel parece encontrarse bien de salud, la locura se apodera de él una última vez, cuando él y Clara suben a la torre del centro de la ciudad para ver las montañas. Lotario espera abajo pero se ve apresurado en subir a salvar a su hermana del enloquecido Nataniel, quien la había empujado. El protagonista comenzó a rugir como animal, “sus ojos lanzaban chispas”, se reía a carcajadas. ¿Qué propició el cambio en su comportamiento? Los prismáticos. Nataniel se puso los lentes, vio a Clara, y comenzó a actuar así, mientras repetía las frases sobre el círculo de fuego y la muñequita de madera. Lotario salva a su hermana. Mientras tanto, en la multitud que observa la escena desde abajo, Coppelius es parte del público y dice “sólo hay que esperar, ya bajará pronto”. Entonces, como si lo hubiese anunciado, Nataniel desde arriba lo mira, grita “¡Ah, hermosos ojos, hermososos ojos!”, y de lanza al vacío. Coppelius volvió a desaparecer.
El género fantástico se apoya en la vacilación, aspecto que sin duda alguna se encuentra en el relato, a cada instante. La locura está presente -que puede ser un elemento de lo extraño-, e incluso a Nataniel se le encierra en un manicomio, esto puede ser resultado de sus traumas de niñez que fue desarrollando a través de sus obsesiones, de las cuales Clara le advertía en toda ocasión. Aunque, llegamos hasta el final y no se nos explica con claridad la razón por la cual Nataniel haya enloquecido al hacer contacto con los ojos, o con los prismáticos.
Es también importante remarcar lo inverosímil que parece ser la presencia del autómata, pues a pesar de que la sociedad no la viera como un ser humano común, no son ellos quienes descubren el engaño, cosa que incluso en estos tiempos de alta tecnología no podríamos dejar pasar por alto, es claro distinguir entre un robot y un ser humano, entre piel y material que pretenden pase a verse como piel. Todorov menciona que también las soluciones sobrenaturales hubieran sido verosímiles (40), pero ni siquiera este tipo de solución se presenta.
Finalmente nos quedamos en la duda. Fuimos testigos de lo que vivió Nataniel, conocimos la raíz de sus temores, pero nunca llegamos a una resolución completa del problema, dentro de este relato. Tal vez si en el estudio de El Hombre de Arena, hubiésemos hablado de psicología, habríamos llegado a temas como los de la doble personalidad, el complejo de castración, de disparadores psicológicos, traumas de la niñez y otras tantas explicaciones que dentro de la literatura (de este relato) no se encuentran, pero que al mismo tiempo arriesga a salirnos de ella, y por ello mismo a jamás comprenderla.
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------
[1] Esto me remite al tema de los estudios de género, a la postura sumisa que la mujer debía sostener frente al hombre. Y es que es claro que Nataniel en su necesidad por ser comprendido, pueda inclinarse más bien a quien no le muestre oposiciones. Pero esta temática es tan amplia que requiere un estudio aparte.
Bibliografía
Hoffman, E. T. A. «El Hombre de Arena.» Hoffman, E. T. A. El Hombre de Arena y Otros Relatos. Trad. Violeta Pérez Gil. El País, 2006.
Todorov, Tzvetan. Introducción a la Literatura Fantástica. Trad. Silvia Delpy. Impresa. Distrito Federal: Ediciones Coyoacán, 1994.
Todo el contenido de http://karlanloav.wix.com/kaanloavstuff está protegido. En caso de que necesite su uso, favor de notificar o citar.
Nuevo León, México. karlanloav@hotmail.com
Comentarios